Cada año, se nos invita a celebrar la
Jornada Mundial de Inmigrantes y Refugiados
con los que vivimos a diario, su presencia es una ocasión de crecimiento cultural y espiritual para todos.
Ese futuro de todos se construye, aprendiendo a descubrir el tesoro que nos traen los migrantes y refugiados. Porque no llegan con las manos vacías, sabemos que tienen mucho que ofrecernos y que podemos compartir.
Nos plantean el reto de empujar con esperanza, el futuro construido entre todos pues todos tenemos mucho que aportar en este camino esperanzador y en la definición de horizontes.
Es tiempo de atreverse a mirar el futuro de las migraciones con los ojos de Dios” – nos decía el Papa Francisco- pues nos hace caer en la cuenta de que hay un lenguaje común con otras maneras de pensar, y es defender la dignidad humana, reconocerla y comprometernos
con vitalidad, allí donde se pone en cuestión. Porque “no hay futuro sin defensa de la inquebrantable dignidad de cada persona y de vivir con esa dignidad en nuestro mundo”.
No puede haber futuro sin integración de todos, pero hemos de hacerlo juntos. Estamos llamados a comprometernos con la edificación de una sociedad basada en la persona, escuchándola y aprendiendo a conocer a quien tenemos delante. Respetando las diferencias y ayudándonos a valorarlas. Tener esperanza juntos. Un futuro hecho de muros mirándonos con desconfianza, es ya un presente que nos lleva hacia atrás y no nos permite avanzar ni valorar el potencial que está pronto para desarrollarse, si le damos oportunidad.
Emigran las semillas en alas del viento, emigran los pájaros y los animales y más que todos, emigra el ser humano, en forma colectiva o individual, pero nunca es solo un individuo, siempre desde donde se encuentra es un embajador de su pueblo.